Moscú

moscu en el siglo XVIII

Comparada con San Petersburgo, antes de la guerra de 1812, Moscú era otro mundo. Era la ciudad del buen vivir y de un derroche desmesurado. Una especie de dolce vita para la nobleza que la convirtió en la capital gastronómica. Era en aquellos momentos la capital sin Corte. Los banquetes que se celebraban eran desorbitados y difíciles de creer. Se dice que el menú podía estar compuesto por 200 platos distintos en cada comida. Diez clases diferentes de sopa, 24 platos de pastel de carne, 64 platos pequeños con urogallos y cercetas, varias clases de carne asada, 12 ensaladas distintas, 28 tartas surtidas, varios tipos de queso y frutas frescas. Los cocineros eran considerados grandes artistas.

Este tipo de comidas era sin embargo algo nuevo en Moscú ya que en el siglo XVII la comida era austera, como de costumbre. El pan, por ejemplo, era un alimento que no se limitaba a la nutrición. Tenía una importancia religiosa y simbólica. Representaba además un elemento icónico en la cultura popular rusa. Y el vodka…

San Petersburgo y Moscú vivían en oposición. En medio de discusiones ideológicas, entre los occidentalistas y los eslavófilos, por lo que se refiere al destino cultural de Rusia. Los occidentalistas consideraban que San Petersburgo era el modelo de sus ideas europeizantes para Rusia, mientras que los eslavófilos idealizaban Moscú como el centro del antiguo estilo ruso de vida. Sin embargo, la imagen histórica y mítica de Moscú se relacionaba más con el concepto de “personalidad rusa”. El estilo moscovita era más familiar e íntimo que el de la alta burguesía de San Petersburgo. Los palacios de Moscú eran como pequeñas aldeas, muy espaciosos y con grandes patios centrales, con el fin de recibir a muchos invitados. Su interior, sumamente cómodo y pensado más para la comodidad de los dueños que para la gente de fuera. La idea de Moscú como ciudad “rusa” tuvo lugar a partir de la consideración que San Petersburgo era una ciudad foránea.

San Petersburgo

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La construcción de San Petersburgo a cargo de Pedro El Grande fue determinante para la historia de Rusia. Se trataba de construir una ciudad en tiempo record. Pero había un problema gravísimo: la desembocadura del Neva hacia el mar Báltico, que se hallaba en territorio sueco. Resulta que la desembocadura del famoso río era crucial para los rusos. Cabe recordar que el expansionismo sueco arrebató a Rusia la desembocadura y Rusia optó por recuperarla. Años de litigio hasta que por fin Pedro I capitaneando una nave rusa logró la victoria definitiva el mes de julio de 1714.

En solo 50 años nació una ciudad fantasma como si hubiera salido del mar. La ciudad se inspiraba en Amsterdam y Venecia con un estilo algo barroco con sus iglesias que se distinguían por su cúpula en forma de cebolla que procedía de Bizancio. Pedro El Grande revisó personalmente detalles de los planos en contacto siempre con arquitectos, ingenieros, artesanos, pintores, escultores, diseñadores de muebles. Quiso que las fachadas de los palacios tuvieran un diseño regular y que los tejados tuvieran linea uniforme. Era una gran copia artificial del estilo occidental pero su milagrosa ubicación entre el mar y el cielo la grandiosidad de la nueva ciudad con su estudiada armonía artística y arquitectónica constituyó un ejemplo único. Tenia personalidad. Muchos arquitectos fueron contratados para el enorme proyecto si bien los primeros en integrarse fueron el italiano Dominico Tresini y el francés J. B. Leblond.

Pedro El Grande no soportaba Moscovia. No toleraba su provincianismo y su resentimiento hacia Occidente. Herejes extranjeros eran quemados en público. En la Plaza Roja. Pedro, cuando era joven estuvo en el norte de Europa para conocer técnicas de distintas áreas que luego aplicaría en San Petersburgo. Estuvo en Holanda, Londres y en Koninberg. Cuando fundó San Petersburgo decidió que el pueblo ruso cambiara sus costumbres y en especial la nobleza. Promovió vivir como los europeos y estableció reglas que sin embargo no fueron nada populares dado el carácter de los rusos.

El arte en Rusia tuvo dos grandes obstáculos para su desarrollo. Por una parte el dominio de la iglesia en Moscovia donde el Icono era el eje central de la vida religiosa. Y la iglesia rusa también obstaculizó las artes concretamente la música instrumental que según se decía se oponía a los cantos sagrados. La música era como un pecado y fue perseguida con rotundidad por las autoridades eclesiásticas. A pesar de ello había una rica tradición popular de juglares y músicos llamados “stomorokhi” que utilizaban tamborines y cítaras.

Es importante que mencione a Nikolai Karamzin. Fue un importante historiador que dejó escrito el borrador de la Historia del Estado Ruso (1816-1826), la primera historia nacional escrita por un ruso. Son 12 volúmenes de gran calidad literaria. Figuras trágicas, dramas psicológicos… Mussorsgki y Rimski Korsakov escribieron óperas importantes. Karamzin fue un revulsivo ya que fue quien descubrió la Rusia antigua. La victoria de 1812 provocó un enorme interés por el pasado de Rusia.

Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, Caterina La Grande fue un revulsivo por lo que al arte se refiere. Ella era una buena escritora y marcó el rumbo del teatro ruso. Caterina tenia muy buen oficio y ella misma escribió obras y comedias con el refinado estilo francés. Creó el teatro de siervos que cumplía un papel central en las haciendas de los nobles durante su reinado. Su hijo Nikolai siguió sus pasos y fue creador de ballets. En esta época el francés y el ruso fueron dos campos separados entre sí. El francés representaba el pensamiento y los sentimientos mientras que el ruso era la lengua cotidiana. La lengua del pueblo. Habían sin embargo algunas excepciones como la de un noble que se dirigía al zar tenía que hacerlo en ruso. A finales del XVIII la aristocracia se volvió bilingüe.

La guerra de 1812, la invasión de Napoleón en Rusia, fue una guerra entre dos mundos: la cultura europea y la cultura del pueblo ruso. Se creó una conciencia nacional , rusificar sus costumbres, sus vestidos, su música…un país enorme, complejo e indefinido geográficamente. Con el fuerte impacto de la cultura del campesinado asiático. La Balalaika que descendía de la Dombra, una especie de guitarra del Asia Central. Danzas de campesino, que derivan de formas orientales… Después de la guerra de 1812 también Moscú fue reconstruida trazando nuevas avenidas, bulevares anchos, el teatro Bolshoi, que se acabó en 1824, así como los jardines de Alejandro ubicados junto al Kremlin.

El Monasterio de Optina Pustyn

Monasterio de Optina Pustyn

El pueblo ruso es muy emocional, nostálgico y de reacciones imprevisibles. No es casual que en la filosofía rusa el término de “alma rusa” sirva para describir el caràcter ruso y su manera particular de entender el mundo. Este concepto aparece en obras filosóficas, literarias y musicales, y forma parte de la cultura popular rusa. Entre las características del alma rusa figuran el misterio y la amplitud. Gogol, Tolstoi o Dostoievski son algunos de los autores que lo utilizan en sus obras. Para muchos de ellos, el Monasterio de Optina Pustyn -emplazado en un majestuoso bosque de pinos sobre el río Zhidra, en la región de Kaluga, al sur de Moscú- fue y sigue siendo un lugar venerado. Se considera el centro espiritual más importante de la iglesia ortodoxa.

En el siglo XIV ya existía una construcción de madera, ocupada por ermitaños. Sobrevivió durante los siglos XVI y XVII hasta que en 1750 se empezó a construir la gran iglesia y años después el majestuosos campanario. En el siglo XIX era ya un lugar muy conocido y frecuentado. Un lugar donde la jerarquía eclesiástica secundaba un profundo respeto hacia la vida ascética. Un espiritualismo profundo pero sencillo.

Muchos artistas y escritores pasarón días y días en aquel paraíso silencioso. Destaco personajes como Nikolai Gógol, Iván Turguéniev y Piotr Tchaikovsky -que lo visitaron en momentos de crisis personal-, y sobretodo Fiódor Dostoievsky y Lev Tostoi, cuyas visitas estaban envueltas de fuertes crisis internas.

En el caso de Dostoievsky lo visitó en 1878 cuando ya había empezado a escribir Los hermanos Karamázov. Su hijo Aliosha había muerto cuando todavía no había cumplido los tres. Fue un golpe para el escritor, que padeció una angustia irreversible y fue llevado al Monasterio Optina Pustyn, donde encontró sosiego y pudo recuperar a una cierta normalidad.

Tolstoi visitó el monasterio en varias ocasiones. La última vez fue en 1896. Aquel año sufre una crisis existencial, agravada con fuertes discusiones hereditarias con su esposa, y dedide marcharse de su casa de Yásnaia Poliana. Acompañado por una hija suya y el médico Dushan Makovitski, se dirige primero al Monasterio, para luego proseguir el viaje en dirección a Rostov -junto al río Don-, donde vive su hermana. Sin embargo, no podrá llegar. Una intensa fiebre alta lo mantuvo en la estación de ferrocarril de Astápovo, donde murió.

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El paisaje ruso

Con este escrito, Jordi Cervelló empieza una serie de artículos dedicados a Rusia, una Historia de la Cultura Rusa, a partir de su conocimiento y fascinación por aquellas tierras.

La carga de la caballeria roja - Malevitx

La Carga de la Caballería Roja, de Kazimir Malévich ((1928-1932)

El paisaje ruso ejerció una gran influencia sobre escritores, pintores, poetas y músicos. Su inmensidad y contrastes penetró en el alma rusa de manera rotunda. Los bosques, los lagos, la vegetación primaveral, el silencio de los inviernos, sus larguísimas distancias, con sus infinitas estepas. Todo ello cautivó a los artistas, les proporcionó una fuerza creativa impresionante. Por ejemplo, Maximo Gorky, en su cuento La estepa, dice: “Marchábamos siempre hacia adelante por la estepa desierta y silenciosa, bajo los rayos rojizoas del sol poniente. Poníase el sol ante nosotros, ocultando su roja cabellera entre ligeras nubes que tornaban los tintes de la púrpura (…) en la anchurosa estepa ascendía el azulado vapor remontándose a los cielos y estrechando los tristes horizontes que nos rodeaban”. Y en otro parágrafo relata: “La noche se cerraba en torno nuestro. Un silencio de muerte reinaba a lo ancho de la estepa. Cada uno de nosotros sentía la respiración de los demás…”.

Anton Chéjov describía también los paisajes en Fortuna (1887): “Un gran rebaño de
ovejas pasaba la noche junto al ancho camino de la estepa. Dos pastores las vigilaban, las ovejas dormían. Aquí y allá podían verse las siluetas de las que estaban despiertas contra el fondo gris del amanecer, que ya empezaba a cubrir la parte oriental del cielo. En el aire adormilado y quieto, se oía un monótono zumbido inevitable en las noches de verano en la estepa. Los grillos chirriaban sin cesar, las codornices cantaban y los ruiseñores jóvenes solbaban distraídamente a poca distancia del rebaño”.

Un nuevo Hermitage en Barcelona

La idea de realizar estos textos sobre la cultura rusa me vino a raíz de que mi amigo Jorge Wagensberg me iba pidiendo detalles, especialmente sobre música, de aquel país. Jorge se hallaba sumergido en su querido proyecto del nuevo Hermitage que se iba a construir en Barcelona.

La cultura de este gran país, su multiculturalidad y su desarrollo, comienza con los eslavos orientales, grupo étnico del que derivaron los rusos, ucranianos y los
bielorussos. La “rusificación” se produjo en el siglo XVI y las principales áreas de influencia fueron la política y la cultura.

El Hermitage es un museo que tiene de todo pero hay que destacar la enorme colección de pintura de todos los tiempos y estilos, no faltando lógicamente la aportación rusa. Pintura que también se encuentra en el conocido Museo Tetriakov de Moscú. La pintura rusa del siglo XIX, si la comparamos con los compositores de este período como pueden ser los Tchaikowski, Mussorsgky, Borodin, Rimsky-Korsakov, Prokófiev, Stravinski, etc., es la gran desconocida. También junto a los grandes escritores como Tolstoi, Dostoiewski, Gorky, Gogol, etc. Esta laguna, y otras más sobre una cultura tan compleja, fue lo que me hizo decidir realizar unos apuntes, lo más fieles posibles sobre la cultura general de Rusia. Debo decir que la historia de este país siempre me ha interesado, aunque también me ha atormentado, pero nunca me ha dejado indiferente. Mi trabajo es simple, esquemático y cronológico y soy consciente de que hay muchas lagunas. Pero he procurado destacar una buena parte de lo más destacable. Sacar a flote los grandes pintores del XIX me ha parecido muy necesario, ya que puede dar la impresión de que en Rusia no han habido buenos pintores.

Con la creación del Hermitage en Barcelona, por fin se podrá contemplar la obra pictórica de un siglo XIX excepcional. Pero será hondamente triste que nuestro Jorge no lo verá. Descansa en paz, amigo.

Jordi Cervelló

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Jorge Wagensberg con Jordi Cervelló, en el año 2000

Un ‘Concertino’ a la manera de Vivaldi

Un mes és el que ha tardat Jordi Cervelló en enllestir el Concertino Veneziano, una nova composició per a violí solista amb acompanyament d’orquestra de corda. L’obra està dedicada a Giuliano Carmignola. El violinista italià va venir a Barcelona fa uns mesos, per actuar al costat de l’OBC. Va ser en aquella visita quan va comentar-li a Cervelló que li faria il·lusió que aquest li escrivís un concert inspirat en la música d’Antonio Vivaldi.

L’obra s’estructura en tres parts, que porten com a indicació de tempo Allegro, Quasi Adagio i Presto. Precisament en l’últim moviment, just abans de la coda final, Cervelló hi inclou una cadença per al solista.

El compositor català destaca de Vivaldi “la invenció i la frescor” de la seva música. En aquest sentit, el nou Concertino inclou alguns dels patrons rítmics i els unisons típics de la música de l’autor venecià.

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Una tarda molt especial

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Va ser amb la companyia de l’amic Raimon Colomer -autor de les fotos – i del nou amic Jaume Cabré, una gran persona a més d’excel·lent escriptor. Vàrem arribar a la seva casa, situada en un lloc esplèndid. El Raimon feia de xofer. Era un viatge que feia temps voliem fer. Per tal de que ens coneguéssim i, sobretot. per fer un “trío de violins”. El Raimon anava ben provist de partitures amb temes i melodies de diferents estils. Vàrem tocar tots tres una bona estona. La simpàtica muller d’en Jaume ens va venir a saludar tota contenta. Molt maca. Érem a l’estudi silenciós d’en Jaume, un lloc on es veuen arbres.

En la majoria dels llibres de Jaume Cabré, hi han referències musicals. De vegades, fins i tot, hi dedica capítols sencers, on parla de violins amb un criteri admirable. Fa uns anys, es va sentir atrapat per un constructor italià de molt nom, però desconegut per a molts músics. Era Lorenzo Storioni, de Cremona. Un dels darrers grans mestres, que va morir a final del segle XVIII. Doncs bé, a la novel·la Jo confesso, el Jaume elabora tota la història al voltant d’un violí Storioni, que esdevé el gran protagonista. Em va emocionar. Ningú parla d’aquest gran lutier, només conegut per una minoria. El nostre escriptor és curiós de mena i, quan llegeixo els seus llibres, sempre espero la referència musical, encertada i precisa.

Felicitats, Jaume, i al bon amic Raimon!

Jordi Cervelló

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El Segon Concert de Saint-Saëns

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Aquesta obra ha estat molt important per a mi. Recordo quan em va venir a les mans una partitura ja vella -ara té un lleuger color crema- d’aquest concert, publicada a París per la coneguda editorial Durand. Jo tindria uns 15 anys. A més aquella edició tenia una enquadernació especial. Va coincidir també que per aquelles dates disponia també d’una excel·lent gravació, a càrrec de la pianista britànica Moura Lympany. Escoltava el concert a totes hores. Els primers compassos de la introducció em recordaven a Bach. Vaig tenir la mania d’interpretar-lo amb un fals piano, que era la taula del menjador. Me les vaig apanyar per que una part d’aquella taula fes de teclat. Sense partitura i amb el disc en marxa, imitava la pianista.

Encara en relació al concert, vaig tenir una gran alegria quan em vaig enterar, per casualitat, que en una conversa entre Maurice Ravel i Arthur Rubinstein, el pianista va preguntar al compositor com s’ho feia per a instrumentar de manera tan meravellosa. I Ravel li va deixar anar: “Amb el Concert en sol menor de Saint-Saëns”. Quan ho vaig llegir, quasi no m’ho creia, ja que aquesta obra no és precisament un gran exemple sobre l’art de la instrumentació. Però sí que vaig entendre a què es referia Ravel. Que Saint-Saëns componia amb un mínim de notes. Només les necessàries. I llegint aquest concert es pot observar que hi ha gairebé tantes notes com pauses. I Ravel li va fer cas.

Jordi Cervelló

 

Esta obra ha sido muy importante para mi. Recuerdo cuando me vino a las manos una partitura ya vieja -ahora con un tenue color crema- de este concierto, publicada en París por la conocida editorial Durand. Yo tendría unos 15 años. Además tenía una encuadernación especial. Coincidió que disponía por aquellas fechas de una excelente grabación, a cargo de la pianista británica Moura Lympany. Escuchaba el concierto a todas horas. Los primeros compases de la introducción me recordaban a Bach. Tuve la manía de interpretarlo con un falso piano, que era la mesa del comedor. Me las arreglé para que una parte de dicha mesa hiciera de teclado. Sin partitura y con el disco en marcha, imitaba a la pianista.

Aún hablando del concierto, tuve una enorme alegría cuando me enteré por casualidad de que, en una conversación entre Maurice Ravel y Arthur Rubinstein, el pianista preguntó al compositor como lo hacía para instrumentar de manera tan maravillosa. Y Ravel le espetó: “Con el Concierto en sol menor de Saint-Saëns”. Cuando lo leí, casí no lo creía, ya que esta obra no es precisamente un gran ejemplo sobre el arte de instrumentar. Pero sí entendí a lo que se refería Ravel. Que Saint-Saëns componía con un mínimo de notas. Solo las precisas. Y leyendo este concierto se puede observar que hay casi tantas notas como pausas. Y Ravel le hizo caso.

Jordi Cervelló

Otra vez, María Dueñas

Maria Dueñas

En esta ocasión con el primer movimiento, con la cadenza, del Concierto para violín y orquesta núm. 1 de Paganini. Y, de nuevo, con una impresión enorme. Su sonido es bellísimo, empastado, puro, con un tono ya concreto. Da gusto oir como canta esta obra de carácter operístico. Y causa una gran impresión ver como resuelve tanto pasaje intrincado, que debe ejecutarse con autoridad. El arco, fenomenal. El détaché, bellísimo. Y el sonido en general es oro de la mejor ley. Toca con un Niccola Gagliano, que precisamente fue el primer violín de concierto de Anne-Sophie Mutter.

La grabación -con un pianista que las sabe todas- es suficientemente buena para valorar esta jovencita maravillosa. ¿Exagero? No creo. No tengo porqué hacerlo. Ahora dependerá de su enfoque, tanto a nivel familiar como de sus consejeros. Cuidado con los concursos. Ganarlos es importantes, pero deben dosificarse y mucho. Son un grave peligro. Espero lo mejor para ti, María.

Jordi Cervelló