100 anys del Tractat de Leopold Auer

Entre els llibres i partitures que conservo amb molta cura degut al seu valor històric i musical, tinc un llibre que considero un tresor. Porta per títol Violin Playing As I Teach It.  Està escrit pel llegendari violinista i professor Leopold Auer. Aquest violinista, que era d’origen hongarès el va escriure l’any 1920. La primera edició va aparèixer, l’any següent, el 1921. Jo tinc un exemplar posterior, de l’edició de 1930. Me’l va regalar la meva professora de violí, Rosa García Faria, quan jo encara era un jovenet.

Aquest és el primer tractat de tècnica i interpretació violinística del segle XX. Leopold Auer va ser el creador de la famosa Escola de Sant Petersburg, que es va desenvolupar entre els anys 1868 i 1917. El contingut del Tractat va significar molt per a mi i per a tots els violinistes interessats en progressar. Auer, ja aleshores, era per a tots els violinistes de la meva generació un veritable revolucionari. Ell va ser el mestre d’alguns dels millors violinistes d’aquell moment: Jascha Heifetz, Nathan Milstein, Efrem Zimbalist, Mischa Elman, Toscha Seidel, Max Rosen, Michael Piastro… Quan vaig rebre el llibre per part de la Rosa, jo no sabia anglès i la meva estimada mare me’l va traduir de dalt a baix.

El Tractat està dividit en 14 capítols i és el resultat dels anys d’observació i experimentació d’Auer, des de la seva privilegiada càtedra al Conservatori de Sant Petersburg. Explica els mitjans tècnics que ell mateix utilitzava amb els seus deixebles i insistia molt en el control mental, que segons ell era la base del progrés. No repetir per repetir sinó observar-se i criticar-se a un mateix. Controlar l’esforç de tantes hores d’estudi. Auer, a més, tenia molt clar que cada estudiant havia de ser ensenyat de manera diferent segons la seva constitució física.

Han passat 100 anys des que el va escriure i les seves paraules segueixen sent vigents en tot el que diu. El llibre podria haver estat escrit perfectament avui.

Jordi Cervelló

Portada del Tractat de Leopold Auer

¿Es la música una enfermedad?

Yo diría que sí. Y me refiero a la mal llamada “música clásica”. Si comparamos música y literatura, salta a la vista que la música culta está amarrada a la repetición y que la literatura provoca en cambio nuevos estímulos. Los escritores editan y venden. Los compositores vivos naturalmente editan pero pocos venden. El día de San Jordi es una fiesta: la literatura, la rosa… Los escritores son noticia y sus libros son esperados, comentados y valorados. Además, en literatura no existe “el maldito listado secreto” como ocurre en la música. No más de 20 nombres pero con tres o cuatro que ocupan los puestos de honor.

El lector siempre se irá renovando. Es un arte vivo. La música, en cambio, no lo es. Es un arte “museístico”, que vive de la repetición. Una repetición imparable y que además está fortificada. ¡Ay, de quien entre!

Todos los directores de orquesta y los solistas de piano, violín o violonchelo, los que ocupan un lugar destacado, viven con la obsesión de grabar los 8 o 10 conciertos más conocidos, y los directores el repertorio sinfónico, que es más amplio. Este “corpus” musical, en el caso de los solistas, todavía se restringe más, ya que los “mejores” conciertos no sobrepasan los cinco.

Pero esta repetición no ocurre solo una vez en la vida artística de los grandes intérpretes. Directores y solistas no se conforman en grabar una única vez una obra determinada.
Sería casi un insulto. Son muchos los han grabado una misma obra -sea un concierto o una sinfonía- al menos 4 o 5 veces, por no decir más, en toda su vida. Y naturalmente no hay sitio para más. Y es que los directores y solistas viven solo para satisfacer sus gustos, que siempre son los mismos. Repetir y repetir. Y ello provoca que esta repetición constante -naturalmente hay diferencias, según los países- llega a contaminar el oído, que solo aceptará lo que está acostumbrado a oír. Contentos los intérpretes, contento el público, y contentos los programadores, aferrados a una política nefasta de márqueting. Lo nuevo, lo reciente, e incluso muchas obras anteriores escritas con arte e interés, tienen como final el vertedero, ya que hay una prioridad que debe cumplirse: “Los grandes compositores”, título que me suena a desprecio, y lo que es peor, a una encerrona artística arraigada sin posibilidad de cambio.

Con esta política se enriquece a determinados colectivos pero pone fin a lo que verdaderamente significa la palabra arte. Ya no es arte. Es cerrar la puerta de su evolución y de su obligado enriquecimiento. Y estoy hablando del arte más vivo, que viene y se va, y que transmite sensaciones maravillosas. Pero el muro que lo separa es poderoso y maligno.

Pixabay - Alena Tučímováa music-1010703_1280

Pixabay / Alena Tučímová