Los fundadores del movimiento artístico nacional ruso fueron Mijaíl Ivanovich Glinka y Alexander Sergienovitsch Dargomisky.
A Glinka (1804-1857) se le atribuye el mérito de haber compuesto una ópera de gran poder comunicativo, empleando ritmos y melodías populares, con un acierto incuestionable: La vida por el zar, escrita en 1836. Con esta ópera se definía el estilo ruso, su verdadero camino épico que continuó luego con su magífica segunda ópera Ruslán y Liudmila (1842). La obertura de esta ópera es muy conocida como pieza de concierto. Glinka no tenía un gran conocimiento técnico, pero igual que otros autores rusos poseía en cambio un instinto certero y a veces genial. Glinka adoptó las formas del melodrama italiano (Bellini, Donizetti…), que tanto gustaba la aristocracia de San Petersburgo. La importancia de Glinka como predecesor del movimiento nacional ruso fue reconocido, en especial por el temperamental Balakirev, creador a su vez de la primera escuela de corte nacionalista. Esta escuela fue llamada la de los “russlanistas” debido a la epopeya de Ruslán y Liudmila. Glinka también escribió un Cuarteto, un Sexteto con piano, el Trio para piano, clarinete y fagot “Patetico” y obras para piano solo.
A Dargomisky (1813-1869) se le considera un fiel continuador de la obra de Glinka. De hecho, es el eslabón entre Glinka y la generación posterior del “Grupo de los cinco”. Debutó con la ópera Esmeralda, escrita en 1847. Luego escribiría Rusalka en 1856. Pero fue El convidado de piedra basada en el Don Juan de Pushkin, su obra más famosa, que destaca por su recitativo melódico. Esta ópera quedó inacabada y fue terminada por Cesar Cui y Rimski-Kórsakov, que la apreciaban por su sobriedad.
Dargomisky compuso además Fantasía-Scherzo “Baba-Yagá”, Fantasía finlandesa y la Danza de los cosacos, las tres de carácter cómico.