Comienzo, por orden de nacimiento, una serie de artículos con un elevado número de compositoras, grandes y olvidadas de las programaciones habituales. La sorpresa seguramente será enorme y al mismo tiempo muy frustrante, ya que un legado compositivo de tanto valor, silenciado solo por una cuestión de genero, deja claro que la
historia ha sido mezquina, falsa y traïdora consigo misma. Para mi es un enorme placer escuchar tanta obra maravillosa, ignorada en los catálogos habituales sobre compositores.
Este artículo lo protagoniza la compositora francesa Louise Farrenc, nacida en 1804. Ella fue pionera y precusora del renacimiento musical francés durante la segunda mitad del siglo XIX. Farrenc fue también una gran pianista, que ejerció en el Conservatorio de París, formando a intérpretes que luego serían concertistas. Con la colaboración de su marido, Aristide Farrenc hizo una enorme labor, haciendo revivir música del pasado (de los siglos XVII y XVIII), sobretodo ante problemas de estilo a través de sesiones históricas con sus alumnos.
Louise Farrenc tuvo grandes maestros como Ignaz Moscheles y Anton Reicha. Su catalogo compositivo es fundamental: obras para piano en especial los Etudes escritos entre 1825 y 1839 (Aire Russe Variée, de 1836), tres sinfonías terminadas en 1840 y estrenadas en Paris, Copenhagen, Bruselas y Ginebra. En 1844 escribe dos tríos con piano, luego -entre 1848 y 1858- compone dos sonatas para violín y piano, otra para violonchelo, un noneto para viento y cuerdas y un sexteto para piano y viento. Su Noneto es la obra que le llevó a la fama, ya que contó con una celebridad en la parte de violín, como era el violinista Joseph Joachim.
Louise Farrenc recibiría por parte del Instituto de Francia el Premio Chartier, por su contribución a la música de cámara. Fue en los años 1861 y 1869.