¿Es la música una enfermedad?

Yo diría que sí. Y me refiero a la mal llamada “música clásica”. Si comparamos música y literatura, salta a la vista que la música culta está amarrada a la repetición y que la literatura provoca en cambio nuevos estímulos. Los escritores editan y venden. Los compositores vivos naturalmente editan pero pocos venden. El día de San Jordi es una fiesta: la literatura, la rosa… Los escritores son noticia y sus libros son esperados, comentados y valorados. Además, en literatura no existe “el maldito listado secreto” como ocurre en la música. No más de 20 nombres pero con tres o cuatro que ocupan los puestos de honor.

El lector siempre se irá renovando. Es un arte vivo. La música, en cambio, no lo es. Es un arte “museístico”, que vive de la repetición. Una repetición imparable y que además está fortificada. ¡Ay, de quien entre!

Todos los directores de orquesta y los solistas de piano, violín o violonchelo, los que ocupan un lugar destacado, viven con la obsesión de grabar los 8 o 10 conciertos más conocidos, y los directores el repertorio sinfónico, que es más amplio. Este “corpus” musical, en el caso de los solistas, todavía se restringe más, ya que los “mejores” conciertos no sobrepasan los cinco.

Pero esta repetición no ocurre solo una vez en la vida artística de los grandes intérpretes. Directores y solistas no se conforman en grabar una única vez una obra determinada.
Sería casi un insulto. Son muchos los han grabado una misma obra -sea un concierto o una sinfonía- al menos 4 o 5 veces, por no decir más, en toda su vida. Y naturalmente no hay sitio para más. Y es que los directores y solistas viven solo para satisfacer sus gustos, que siempre son los mismos. Repetir y repetir. Y ello provoca que esta repetición constante -naturalmente hay diferencias, según los países- llega a contaminar el oído, que solo aceptará lo que está acostumbrado a oír. Contentos los intérpretes, contento el público, y contentos los programadores, aferrados a una política nefasta de márqueting. Lo nuevo, lo reciente, e incluso muchas obras anteriores escritas con arte e interés, tienen como final el vertedero, ya que hay una prioridad que debe cumplirse: “Los grandes compositores”, título que me suena a desprecio, y lo que es peor, a una encerrona artística arraigada sin posibilidad de cambio.

Con esta política se enriquece a determinados colectivos pero pone fin a lo que verdaderamente significa la palabra arte. Ya no es arte. Es cerrar la puerta de su evolución y de su obligado enriquecimiento. Y estoy hablando del arte más vivo, que viene y se va, y que transmite sensaciones maravillosas. Pero el muro que lo separa es poderoso y maligno.

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Pixabay / Alena Tučímová

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